Ángel
caído: Desnuda el canto estirpe de la luz
sagrada,
heraldo de la deidad Empírea,
y
acógelo así, en tu albura penígera
para
bendecir sobre el cielo azul
La
divina inmortalidad de su alma.
Celebra
allí, en donde no existe el tiempo,
la
ascensión del alma sobre su cuerpo.
Mas
brinda con el icor de quien te ama
Si
repudia al espectro de la luz
que
asciende ingrávido hacia la promesa
que
vibra aún en la voz de su Diestra eterna,
pues
bien porta el cetro de la virtud.
Pero
si es la inmensidad de su reino
lo
acoge la voluntad de tu Dios,
sánalo,
pues viene herido de amor
y
su muerte no es digna del infierno.
Ángel: Calla, o aplica en ti tus propias
palabras,
pastor
de réprobos pecadores,
tú
que ensucias sus puros corazones,
acoge
en tu flamígera morada
El
alma de aquel que muere en pecado.
Tú,
estirpe impura de la oscuridad,
Ángel
supremo del vacío infernal,
sacia
la voluptuosidad de tu ánimo
Bajo
el cobijo de tus alas negras.
Porque
aunque mi Señor creara la muerte
a
la par que la vida, no concierne
al
mortal despojarla de sus venas.
Cierto
es que dio su vida por amor
rendido
a la inquietud del sentimiento,
pero
al contradecir la ley del cielo
no
es digno del amplio reino de Dios.
Ángel
caído: ¡Lo que se contradice es tu
actitud!
¿no
es digno dar la vida por amor?
Entonces,
dime tú ¿Qué fue de tu Dios?
¿No
encarnó al amor clavado en la cruz?
Dios:
El Destino rinde a mi voluntad
como
fulgor de inasible tributo,
la
luz de sus almas y en absoluto
concierne
a vosotros su impunidad.
Ángel: ¡Oh, Señor! Hágase tu voluntad
así
en la tierra como en tu amplio reino,
y
no nos abandones en el fuego
sempiterno,
donde arde todo el mal.
Empero,
sacia la furia de tu ánimo
condenando
al infierno a aquel mortal
que
burla el dominio de tu piedad
entregándose
al placer del pecado.
Ángel
caído: ¡El placer es un derecho del
hombre!
Ángel:
¡Calla marfuz, cornígero insensato,
pues
luz y oscuridad tiene el pecado
que
el filo de tu elocuencia corrompe!
Y
aunque el placer no ha sido aquí la ofensa
así
has corrompido el alma que asciende
procurándole
su trágica muerte
en
el pulso eterno de la conciencia.
DIOS: En verdad te digo, aplaza tu canto
¡Oh!
Fiel heraldo de mi voluntad,
pues
cierto es, que lo hice digno del llanto,
y
los delirios de fragilidad
Que
inundan su alma, no deben por tanto
saciar
la prominente oscuridad,
porque
aún no concierne al profundo espanto
el
dominio de su inmortalidad.
Pues
en nombre de la luz determino
dejarlo
en un autolítico intento
para
que pueda aún labrar su destino.
Ya
que lo hice digno del sentimiento.
Y
que en soledad salde el desatino
bajo
el látigo del remordimiento.